Desde hace unos años, la proliferación de las terapias alternativas se hace cada vez más evidente. Sin embargo la información de sus cualidades y beneficios no se ha producido al mismo ritmo. Esto ha creado un gran desconcierto y desconfianza en la efectividad de las innumerables técnicas y terapias existentes.

Todos conocemos como actúa la medicina convencional: te sientes mal, vas a tu médico, te hace un diagnostico y te manda un tratamiento farmacológico que te alivia los síntomas en mayor o menor medida. En la medicina convencional rara vez te darán una explicación de porque se ha enfermado tu cuerpo. Lo importante aquí son los síntomas y como paliarlos. Es como si tú fueses al taller porque el coche tiene una lucecita roja de alarma y el mecánico se limitase a quitar la bombilla. Evidentemente no volverías a ver la luz de alarma. Pero ¿te imaginas las consecuencias? Sin embargo esto es lo que hacemos con nuestra salud. Apagamos los signos de alarma que nos envía nuestro organismo y nos olvidamos del problema, como si todo estuviese arreglado.
Afortunadamente, nuestro cuerpo está programado para auto regenerarse y en la mayoría de ocasiones, le basta con dejar que el mecanismo de regeneración natural actúe para volver a recuperarse totalmente. Pero si llenamos nuestro organismo de productos químicos, tarde o temprano las defensas se verán afectadas. No solo tendrá que luchar contra la “enfermedad”, también le toca lidiar para expulsar los tóxicos que no hemos metido para aliviar los síntomas que nos advertían del problema. Todos conocemos los efectos secundarios de los medicamentos, que pueden ser tan molestos y/o graves como el mal que queremos remediar.